El Sabueso Español es una de las joyas cinológicas de la Península Ibérica y probablemente se trate de una de las razas de caza más antigua de la Península Ibérica.
Debido a la amplia cobertura boscosa y de vegetación que ha existido de forma habitual en España su utilización se extendía desde el norte de España, donde aún continua siendo una raza muy apreciada para la liebre y, sobre todo, el jabalí, hasta el sur de España.
Aunque las referencias bibliográficas y los indicios históricos sean escasos, sabemos que ya en época de los Romanos, al menos desde el siglo III ya tenía amplia difusión la caza con perros de rastro, y para el siglo IX era el perro predilecto de reyes como Ordoño I o Ramiro I de Asturias.
Esta falta de referencias históricas impide conocer con exactitud la fecha en la que los sabuesos llegaron a la Península Ibérica o el grupo humano al que acompañaron, pero a partir de los diversos estudios sobre la filogenia de las razas caninas realizados mediante ADN han permitido establecer que el sabueso español podría proceder del mismo tronco étnico que la gran diversidad de sabuesos franceses, los Canis segusius, que fueron empleados por el pueblo celta que habitó la zona central de Francia. Aunque algunos investigadores citan a los sabuesos helénicos, que fueron utilizados posteriormente por los romanos, que los extendieron, como hicieron con los demás aspectos de su cultura por todos los rincones adonde llevaron su Imperio. La primera referencia escrita de estos sabuesos la encontramos 350 años antes de Jesucristo, en la obra de Jenofonte “Arte de caza”, donde se describe al perro rastreador y su manera de cazar. Cinco siglos después, el romano Arriano escribió en su “Tratado de caza” sobre los perros de rastro, aludiendo a que en la Galia pudo disfrutar de jornadas venatorias junto a estos canes.
Tras la caída del Imperio Romano llegaron otros pueblos, que incluyeron Alanos, Vándalos y Visigodos, siendo estos últimos los que se asentaron en la Península Ibérica durante varias centurias hasta la invasión de los pueblos musulmanes del norte de África que ocuparon la península durante más de siete siglos.
Este crisol de culturas supuso un aporte de diferentes variedades de perros que acompañaban a los diferentes pueblos que visitaron o se asentaron en la Península Ibérica, aunque desgraciadamente se dispone de muy poca información al respecto.
Durante la Edad Media, los reyes guerreros de los diferentes reinos cristianos, que a medida que transcurría el tiempo se iban haciendo más poderosos, disfrutaban de las actividades cinegéticas durante los periodos de descanso entre batallas o guerras de reconquista, de tal forma que ya en la baja Edad media se reconocían y exaltaban las cualidades del perro de rastro autóctono, dedicado a piezas de la cinegética menor, pero también de aptitudes sobresalientes para localizar los pasos y vías de huida de animales más grandes, como el jabalí, el corzo, el venado.
Aunque si hay una pieza en la cual el sabueso se convirtió en un auténtico especialista sin igual, ésa es la liebre y en especial en la modalidad denominada “a la vuelta”, que consiste en localizar su rastro y conseguir conducirla, con la presión de la persecución, hacia la línea de puestos donde esperan los cazadores.
Esta especialización, hizo que Alfonso XI lo incluyó en el Libro de la Montería, escrito a mediados del siglo XIV, describiendo un perro que nos recuerda en cierta medida al Sabueso Español actual, así como en la forma en que trabajaba el rastro, el levante de la pieza de caza y su seguimiento hasta ser abatida por el cazador. En cualquier caso, hay que manejar siempre con precaución las fuentes bibliográficas antiguas, puesto que por aquella época no se tenía el concepto de raza canina que se tiene en la actualidad, que es relativamente moderno y que se remonta a la segunda mitad del siglo XIX. Antes de esas fechas, los perros aunque había diferentes grupos morfológicos de perros, dicha agrupación se hacía atendiendo más a su funcionalidad que a otros rasgos, por lo que dentro de cada grupo aunque existían rasgos comunes que los hacían muy útiles para dicha función, existía una heterogeneidad bastante amplia.
Hecha esta salvedad, en el capítulo XL del Libro de la Montería, Alfonso XI nos describe de manera detallada la morfología del Sabueso: “[…]las orejas no deben ser excesivamente largas, pero sí colgadas naturalmente junto a la cabeza. Los ojos tristes y dirigidos de frente, el cuello no muy corto, ni muy largo, pechos anchos, brazos derechos y no muy largos no delgados, cuartillas pequeñas, manos redondas y apodencadas el anca bien colgada y los costados cortos, el lomo bueno pero descarnado de carnes sobre las ancas: las corvas de las piernas poderosas y corvas y los pies como las manos: la cola bien puesta hacia arriba, ni muy larga ni muy gruesa: el cuerpo en general ni muy grande ni muy pequeño. La sabuesa tenga la cabeza semejante a la culebra: los ojos mayores que el macho, las orejas más colgadas y más delgadas, semejante en todo al Sabueso menos el pecho que puede ser más estrecho, las caderas mayores y los costados algo más largos, la cola ni tan gruesa ni tan espigada como la del macho, pero ninguno de los dos tengan demasiado fino el pelo”.
Esta descripción morfológica, que como podemos ver es más bien genérica y en la que podrían entrar una gran variedad de razas modernas, se veía complementada con una descripción respecto a su forma de trabajar:
“[…]Porque lo más del monte es en los buenos canes, deben hacer mucho los buenos monteros por hacer buenos canes señaladamente para haber buenos canes de traílla para levantar, porque es lo primero que se debe hacer en el monte, y por esto es menester de ser lo más cierto y que no haya error en ello, y para esto parécenos que el que quisiere hacer buen can de traílla, que lo debe hacer así: mandar que lo lleven siempre a la busca más cierta que hubiese en el monte, y que vaya en compañía del mejor montero en que fuese el can más cierto de levantar, y desde que fallase el rastro del venado, vaya por delante en la ida, aquel can mejor, y que lleve detrás el can nuevo que quieren hacer, que no entre otro can alguno ni otro montero”.
“Otrosí, si fuere can que entiendan que quiere ser bueno de traílla y que es muy quejoso en ladrar a menudo en la ida del venado, y que por heridas no se quiere castigar, ni ponerle la traílla entre los brazos, que es cosa que le castiga el ladrar, ni por embozarlo, ni por llevarle la mano de la traílla en la raíz del pescuezo, deben de hacerlo así: Darlo a un hombre montero en cuanto éste viese el señor en una villa, que vaya con él a los montes más fuertes, donde entendiese que el señor no quiere correr, donde se muevan los venados a otros buenos montes, y levanten con él los más venados que pudiesen, y no lo suelte, ni le haga placer alguno, y tanto levante con él, hasta que lo enoje y se canse de aquello. Y si viese que se enmienda del quejido, haláguenlo, y háganle mucho bien, y desde que viese que no va usando de aquel quejido, llévelo a la búsqueda con los otros, según hemos dicho encima que deben hacer al can bueno para la traílla. Y si por esto no se enmienda del quejido, no hallamos razón para que se quite de ello, salvo que se enmendase contra la vejez, desde que está cansado”.
Toda la literatura venatoria hispana posterior, con Argote de Molina, en 1582, o Martínez del Espinar, en 1644, dedica gran atención al sabueso, a los métodos de su adiestramiento y a su empleo en la caza de todo tipo de piezas.
Poco después, aún en el siglo XIV se publicó “Livro da Montaría”, un manuscrito en pergamino obra del Rey Don Juan I de Portugal, de los Algarves y Señor de Ceuta, trata también el tema de las cacerías reales a especies como el oso y el jabalí (en este último libro se habla exclusivamente del jabalí), en las que los perros de rastro eran los protagonistas a la hora de localizar los encames de los animales, seguirlos en su huida y guiar a los cazadores con su voz, indicándoles las vías de escape elegidas por las reses. Estos perros son citados en el texto del libro como “sabuesos de achar” (sabuesos de encontrar), que es aquél que localiza los rastros de la noche, porque es durante las horas más oscuras cuando el jabalí se mueve por el monte, para seguirlos hasta el encame o refugio que busca la res para ocultarse durante el día. La función del sabueso es la de encontrar al jabalí, seguirlo en caso de que huya ante la presencia de los perros, pero no debe intentar agarrarlo. Estos perros son tan valiosos que desde sus orígenes se han seleccionado y adiestrado para que ladren a parado, delatando la situación del jabalí, pero no entren al agarre, porque su nariz es un tesoro que no debe correr el riesgo de recibir los navajazos del bravo jabalí, para esos menesteres se acude a los perros de presa, que también menciona el texto de Don Juan, aludiendo a los Alanos.
Tras este éxito durante la Edad Media y el Renacimiento, se pierden las referencias bibliográficas de esta raza, algo que por otro lado es común a otras razas españolas, a consecuencia de los convulsa historia vivida por nuestro país durante los siglos XVIII y XIX.
En el año 1901 aparece una referencia en “La Caza Ilustrada” firmada por J. de A., en la que se nos describe el siguiente tipo de perro: “Un buen Sabueso Español largo y redondeado de cuerpo, no muy alto de extremidades y las delanteras algo arqueadas hacia afuera; pecho ancho y alto, jarretes muy descarnados y salientes; y, en general en todas las partes de los remos, denota fuerza y agilidad. La cabeza, que es ancha y larga, presenta una línea central muy pronunciada, separando las dos mitades del hueso frontal que son muy convexas. El hocico recto, largo, con belfos colgantes y la nariz algo saliente, pero en la misma línea, sin ser más alta. La parte más característica y típica de sus rasgos fisonómicos son las orejas, son tan largas que, adosándolas al hocico, sobra por delante de la nariz más de dos dedos, y al mismo tiempo, son anchas, finas y poco carnosas. La expresión de su cara es grave, inteligente y en consonancia con su carácter algo adusto. La cola, que es ligera y delgada, siempre la lleva en alto, formando casi un semicírculo. Por nada ni por nadie deja el rastro y, esta terquedad, le acompaña lo mismo después de levantar la pieza”….
Sin embargo, llegamos al año 1911, año de la fundación de la Real Sociedad Canina de España, y observamos que el Sabueso Español figura entre las razas autóctonas admitidas, circunstancia que nos demuestra que en aquel momento se trataba de una raza conocida al menos entre las élites del momento.
Sin embargo, pese a ser una de las razas reconocidas desde el comienzo, su presencia pasa más bien desapercibida y el número de inscripciones durante muchos años es muy reducida.
De esta forma, desde el año 1911, hasta 1925, se registraron tan solo seis ejemplares, todos ellos procedentes del afijo Del Cierro, propiedad de José de Argumosa, natural de Torrelavega (Cantabria), y todos eran de color negro y fuego, salvo uno chocolate y blanco.
De 1925 a 1931 no se realizó ninguna inscripción, mientras que de 1931 a 1936 se registraron seis ejemplares procedentes del afijo Campijo, propiedad de Jesús Ibáñez, natural de Castro Urdiales (Cantabria), todos ellos de color caoba y blanco.
Tras el paréntesis de los años de la Guerra Civil (1936-1939) no se realiza ninguna inscripción en el LOE, hasta el punto de llegar a pensar que tras la Guerra Civil la raza hubiera podido desaparecer.
Tras estos años aciagos, en 1965 aparece Antonio Miján, que bajo el afijo Monte Naranco comienza a sacar al Sabueso Español del olvido en el que había caído, aunque no podemos olvidar tampoco el trabajo realizado por el afijo “Roca Mora” en estos primeros años.
En 1977 se logra un importante hito con la creación del Club de Sabueseros de España por Iniciativa de Francisco P. Ortuño.
En 1979 se creó en el seno de la Real Sociedad Canina un grupo de trabajo con el nombre de Comisión de Razas Españolas, siendo su primer director José Manuel Sanz Timón, que se vio acompañado en la tarea por personas muy comprometidas con nuestras razas autóctonas de la talla de Jesús Vadillo (Gos d’Atura), Manuel Díaz Navarro (Mastín Español), Alonso Guasp y Pou (Ca de Bestiar), Carlos Contera (Pachón Navarro) y Antonio Miján (Sabueso Español), que sería nombrado primer juez especialista en sabueso español.
Con el apoyo de la Comisión de Razas Españolas comenzaron a realizarse en la década de los 80 concentraciones de Sabueso Español en varias localizaciones de la cornisa cantábrica, entre las que cabe destacar las que se realizaron en Torrelavega, Posada de Llanes y Cabezón de la Sal, que fueron un vehículo de gran importancia para dar publicidad a la raza, reunir a aficionados a la misma y fomentar el intercambio de ejemplares entre criadores, además de permitir localizar las carencias y dificultades vinculadas con la crianza de esta raza, su estado de conservación y las medidas dirigidas a lograr una recuperación y mejora de la raza.
La celebración en diciembre de 1981 de la primera Gran Exposición Especial Nacional de Razas Españolas, organizada por la Real Sociedad Canina y las ponencias de Sanz Timón y Antonio Miján en el I Symposium Nacional de las Razas Caninas Españolas, en 1982, supusieron un importante hito para el Sabueso Español y un punto de inflexión, que permitieron dejar atrás años de ostracismo y de olvido y situar a esta raza tan nuestra en el punto de miro y con todo un futuro por delante.
En 1985 el Club de Sabueseros de España cambia su denominación por el de Club Español del Sabueso Español y razas afines, Club Colaborador de la Real Sociedad Canina y que se ha encargado desde entonces de canalizar la afición hacia esta raza y organizar actividades específicas para los Sabuesos Españoles y los aficionados a esta raza.
En el ámbito de las exposiciones caninas, destacaron los afijos “Sierra Magina” y “Los Madroñales” o “Sierra del Cuero” que criaron ejemplares de gran calidad, pero en los últimos años la presencia de esta raza en las exposiciones ha descendido de forma significativa, y salvo en las Exposiciones de Punto Obligatorio o en la Exposición Monográfica organizada por el Club de raza es muy raro observar ejemplares de Sabueso Español presentados en ring.